martes, 9 de junio de 2009

Boletín N 1: Crecimiento económico y desarrollo sustentable

Por Andrea Russi de Capiello (arussi@uma.edu.ve)

A nuestros clientes:
Cuando se desarma el motor del carro y luego se vuelve a armar, siempre sobra algo. Estamos trabajando en eso.
Anónimo en taller mecánico, Caracas.



Miguel Angel Rodríguez y un equipo de colaboradores de la escuela de negocios IESE (RODRÍGUEZ Y RICART, 2001) publicaron un ensayo interesante en el que se analizaba la definición de desarrollo sostenible emanada de la Comisión Bruntland en 1987. Entre otras dimensiones, ellos destacan la importancia de las características temporal y espacial sobre las cuales se deben considerar las variables sociales, medioambientales y económicas. Señalan dicha característica como fundamental en el entendimiento de las dificultades y barreras que plantea, a la economía, el reto de la sostenibilidad, ya que todas las variables deben ser consideradas “a un mismo tiempo”, “para todos” y en “todo el planeta”.

Los autores resumen lo anterior de la siguiente manera:
“…de lo que se trata es que ni lo económico, ni lo medioambiental, ni lo social tengan una especial preponderancia. Es decir que ni la prosperidad económica se haga a costa del medio ambiente y la sociedad, ni que, mutatis mutandi, el progreso social o medioambiental se haga a costa de las otras variables.”

Desde sus orígenes como ciencia, la economía ha encontrado sentido en la creación y protección del valor económico. ¿Cómo podría ahora incorporar esta ciencia cualquier otro objeto de estudio que no sea sustituible y que carezca por lo tanto de valor de intercambio? Pues podría ser suponiéndole un precio y valorándolo económicamente. No muchas personas están de acuerdo con esta postura, ya que supondría aceptar que ciertos recursos son sustituibles por otros una vez agotados.

Además, esta respuesta simple podría ser un arma de doble filo, ya que de aplicar el mismo razonamiento a la biología o a la ecología en aras de procurar que incluyan al hombre y su cultura como objeto de estudio, tendríamos:

“Desde sus orígenes como ciencia, la biología ha encontrado sentido en el estudio sistemático de la materia viva. ¿Cómo podría ahora incorporar esta ciencia cualquier otro objeto de estudio que no sea únicamente materia? Pues podría ser considerándolo pura materia y ¡descartando el resto!”. Nuevamente tendremos que aceptar que algunas personas rechazarán esta postura por entender que reduce al ser humano a un animal sustituible por cualquier otro.

Con estos ejemplos se pone de manifiesto la dificultad de que una perspectiva o enfoque particular adopte otro o se enriquezca con nuevos elementos, ya que los saberes y las ciencias se han especializado en explicar sistemáticamente su objeto de estudio y la mejor forma que éste tiene de permanecer y desarrollarse. Han tenido éxito en separar la realidad para su análisis, pero ahora tenemos el reto inminente de juntarla de nuevo.

Este reto, además de implicar con la forma en la que el hombre ha entendido la realidad en los últimos siglos, implica también con la urgencia de resultados concretos ahora. Es decir aunque el economista aún no adquiera perspectiva ecológica, ni el científico recuerde que es un ser humano trascendente y creado, ni el ciudadano acepte los límites físicos del planeta, aunque todo eso esté presente hoy en día, igual tenemos que sobrevivir y alimentar a más de 6 billones de seres humanos y cuidar de un sinfín de ecosistemas que prestan servicios vitales. Hay algunos indicadores de que esta sobrevivencia implica, al menos a corto plazo, la necesidad de crecimiento económico.

Si este crecimiento económico es necesario, al menos para que la autora y los lectores de este ensayo sobrevivan, entonces podría ser interesante cuestionarse si será inteligente aprovecharse de él para catapultar el desarrollo sustentable y no frenarlo o recortarlo en aras de una posible futura sostenibilidad planetaria. Evidentemente esto sólo es posible si dicho crecimiento económico no corrompe las bases de lo que se pretende desarrollar: la humanidad.

El crecimiento económico contribuye notablemente a la mejora de la educación y ésta es la que forma los criterios que alimentan el sentido común. Este sentido es el necesario para la identificación del beneficio de la internalización de los costes reales del crecimiento, de la imperiosa necesidad de dejar de “quemar” el capital natural y desarrollar vías tecnológicas reales que permitan vivir de su rédito sin agotarlo (GELOBTER, 2004), (COMISIÓN EUROPEA, 2002). Es por medio de la educación además que las sociedades podrán distinguir que se hace imperativa una revisión de nuestros patrones actuales de consumo (Qi, Xu, et al, 2001). Para llevar adelante esta educación el capital es un requisito necesario, pero algunos expertos señalan que no es suficiente.

En la última edición de enero de 2008, el semanario The Economist presenta un artículo sobre “lo verde” que es el crecimiento de algunos países. El artículo toma como referencia el Índice de Sustentabilidad Ambiental, presentado en el Foro Económico Mundial de Davos (enero 2008), el cual ordena los países de acuerdo a su “salud ambiental”. Como parece demostrar el resultado de esta categorización, a mayor ingreso per capita, mayor salud ambiental y sostenibilidad. Pareciera que el capital es entonces condición suficiente; sin embargo, la diferencia entre los índices de países vecinos como el caso República Dominicana y Haití, que tienen similar ingreso per capita y un índice de “salud ambiental” muy diferente, hacen pensar que hay otra variable a considerar y los autores del artículo señalan la política como factor clave en la diferencia. Este ejemplo manifiesta nuevamente la integralidad de la realidad y el reto de las ciencias que la estudian. Cabe entonces preguntarse ¿Está preparado el economista de hoy?

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